Clics

Suspiré. Y mi tristeza, momentáneamente, se fue con aquel suspiro.

Es una costumbre tonta esto de pasar una revisión a tus redes sociales cada cierto tiempo, cuando veo que llevo demasiado tiempo sin saber de ti (directa o indirectamente) y también resulta bastante espontánea. De repente algo hace clic en mi cerebro y empiezo a echarte de menos. Pocas horas después todo vuelve a la normalidad, pero durante esas escasas horas todo es un mar de hormonas, fotos antiguas y quizás alguna carta leída hasta la saciedad por enésima vez.

Tendría su gracia que, tanto tiempo después, algo hiciera clic en tu cerebro y... bueno, no me echaras de menos, pero te acordaras de este abandonado blog y te diera por darte una vuelta. Sería todo muy violento y raro. Yo pediría una orden de alejamiento.

Quizás debería dejar de escribir sobre ti, al menos en un sitio tan público.

El problema es que la gran diferencia que siempre ha habido entre tú y el resto del mundo nunca fue la edad, no fue el color de pelo, el tiempo que pasáramos juntos o cómo nos tratáramos. La diferencia es que tú me inspiras. Siempre lo has hecho, incluso cuando casi no puedo recordarte. Estuviera feliz o triste, enfadada o ilusionada por algo que jamás podría llegar a cumplirse, tú hacías que pudiera escribir durante horas. Quizás no algo entretenido, no un gran texto filosófico o algún best-seller de poca monta, pero me haces escribir siendo sincera, y eso es algo importante.

Suspiré porque me resultaste más ajeno de lo que me gustaría, porque odio que termináramos siendo casis pero noes, porque daría lo que fuera por ser tu amiga ahora y salir en tus fotos casi tan sonriente como tú. Quién lo diría.

Comentarios