Me he planteado si debía escribir sobre esto unas cuantas veces porque, por tener, tengo cosas que decir. El problema reside en no saber si decirlas por lo extraño de la situación.

Fuiste una persona realmente importante en mi vida al principio. No me hacía falta ver fotos en blanco y negro en las que sales sin canas para saber esto. Fuiste uno de los agentes sociológicos con más peso durante mi infancia. Me enseñaste a ser creativa, a sumar con fracciones, a que todo podía convertirse en un tesoro si lo mirabas de la forma adecuada. Me hiciste muy feliz durante muchos años y yo te estaré eternamente agradecida por ello. Pero ha pasado casi un mes desde que nos dejaste y aún no he derramado una sola lágrima por ti. No creo que vaya a hacerlo.

Los años pasaron. Crecí. Tú no quisiste verlo. Hiciste oídos sordos y te empeñaste en creer que seguiría siendo aquella cría de siete años por toda la eternidad. Aquella fue la época en la que me perdiste. Porque seguías dándome besos en la coronilla pese a ser igual de alta que tú, querías acompañarme a clase y yo no quería tener nada que ver con nadie, ocupabas un espacio que ya no te pertenecía. Y, sobre todo, yo ya no era esa niña pequeña y era consciente de lo que pasaba a mi alrededor. Escuchaba las peleas, veía cómo te ibas gritando porque no te gustaba la comida de mi padre, entendía tus insultos, aunque no entendía el porqué de ellos. A día de hoy sigo sin hacerlo.

Te fuiste de mi casa (te "emancipaste", cual universitario americano) y me alegré. Todos nos alegramos. Yo no quería ir a verte, para mí esa persona a la que tanto quería había desaparecido años atrás y lo que había ahora no me gustaba nada. No me caías bien como persona. Supongo que por eso ahora no te echo de menos. Llevo tanto tiempo echando de menos a mi abuelo que hace tiempo que asumí que ya no volvería.

No volvió.

Comentarios