Privacidad privada

Hice click en "aceptar" y fue como si nada hubiera pasado. Como si esa inmensa red social fuera el mundo real. "Este cambio no saldrá en la sección de noticias", "estamos aquí para ayudarte, ¿quieres cambiar tu configuración de privacidad?". No puedo evitar reírme de aquella pantomima. ¿De qué me va a servir cambiar mi configuración de privacidad?, ni que hubiera algo que no haya visto a estas alturas.

Levanto la vista de la pantalla. La puerta de mi cuarto está abierta y entre toda la parafernalia está la postal que me guardaste del skyline de Londres y el Brown hecho de hammas. Privacidad, dicen. Giro a la derecha. Los parches de yoshi que aún no he usado, las pegatinas de alpaca, el vale caducado del Taco Bell, el libro de caligrafía, la postal de gatos, la camiseta del trooper, fotos y más fotos. ¿Privacidad?¿Qué privacidad, si has usurpado hasta mi cuarto del suelo al techo? Cajas de kimidori, libros y cuadernos, la colección de Ekhö que, tras tres años, tendré que acabar yo en vez de esperar a San Jordi.

Vuelvo a mirar la pantalla. En el navegador tengo en los marcadores aquel manga que me recomendaste y nunca terminé hace casi cuatro años, en mi lista de juegos pendientes de Steam la mitad son tuyos, las carpetas y documentos de textos llenos de proyectos de regalos que nunca llegaron a ejecutarse. Pero Facebook está convencido de que puedo olvidarte si en su configuración le indico que no quiero verte, o que tú no me veas a mí.

Y yo miro a mi alrededor y tengo la certeza de que si ahora tuviera que quitar todo lo que me recordara a ti me quedaría con una habitación monástica. Imprimiste tu huella en esta casa y no va a ser algo fácil de superar. Me sabe mal hasta ver series que teníamos pendientes (no que hubiéramos empezado, no, simplemente pendientes), no soy capaz de concebir un viaje sin ti y estoy tremendamente enfadada por ello, porque quiera o no voy a tener que pasar por eso y no quiero hacerlo. No era esto lo que yo quería. Nunca lo fue. No te iba a guardar rencor, no te iba a odiar, no tengo motivos para hacerlo y sin embargo lo hago. Supongo que simplemente es una excusa para no odiarme a mí misma porque, en el fondo, como viene siendo natural, todo esto es culpa mía.

¿No son, quizás, demasiados momentos en común como para no luchar por ellos?

¿O estuvimos luchando sin darnos cuenta?

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