La princesa prometida

Era mucho lo que Buttercup amaba a su Westley.
Fue por eso que la muerte de Westley la golpeó del modo en que lo hizo [...].
Permaneció en su alcoba muchos días [...]. Cuando por fin salió, tenía los ojos secos, nunca había tenido un aspecto tan radiante. Cuando se había encerrado en su alcoba era una muchacha increíblemente hermosa. La mujer que salió de esa misma alcoba era un poco más delgada, mucho más sabia e infinitamente más triste. Ésta comprendía la naturaleza del dolor, y debajo de la gloria de sus facciones, se entreveían el carácter y la sabiduría que otorga el sufrimiento.
Tenía entonces dieciocho años. Era la mujer más hermosa que existiera en cien años. A ella parecía no importarle.
-¿Te encuentras bien? -le preguntó su madre.
Buttercup bebió el chocolate a sorbos.
-Muy bien -repuso.
-¿Estás segura? -inquirió su padre.
-Sí -replicó Buttercup. Siguió una larguísima pausa-. Pero no debo volver a amar nunca.

No volvió a hacerlo.

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