Andando en tirantas y con las zapatillas de invierno

Ese calor agobiante y pegajoso de un verano sevillano que está a la vuelta de la esquina. Lo siento en cada rincón de la azotea, lo cual es tan gratificante que a veces pienso que incluso podría llegar a desmayarme (quién sabe, a lo mejor tiene algo que ver con el hecho de estar tanto rato a pleno sol a las cuatro de la tarde).
Me entran ganas de desnudarme y ponerme a correr por la terraza hasta romperme la boca a causa de un resbalón, es más, algún día lo haré, por ahora me quedo en la tranquilidad del cuarto de los libros saboreando el olor a verano y con los pies que no hacen más que transpirar por culpa de las zapatillas de pelitos de invierno.
El verano siempre ha sido mi estación favorita, aparte de porque no hay clase y puedes ir a la playa, por la sencilla razón de poder ir con tan sólo un fina capa de ropa por la calle y no coger hipotermia. Es una estupidez, lo sé, pero la ropa me agobia, no puedo evitarlo, y además, ¿qué más da?

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