Treinta y cuatro más un minutos

Tú te vas y yo me quedo, hago el bachillerato de tecnología, voy con los primos a Italia, conozco a algún chaval nuevo de aquel instituto al lado del nuestro algo rarito, nos liamos, empezamos a salir, y a los quince años me digo: qué distinto hubiera sido todo si no se hubiese ido a ese sitio de cuyo nombre no quiero ni consigo acordarme, mientras tú piensas lo mismo abrazado a la chica que aún te trae loco, que por un casual la encontraste porque la muchacha en realidad era una agente secreta que investigaba los posibles puntos donde podía haber una conspiración para matar al Papa, y como en ese sitio hay muchos creyentes pues era sospechoso porque en esa época era raro encontrar un pueblo con gente joven y que más de la mitad fueran católicos (ahora, quince años después, el Cyberpapa ha sometido a toda la humanidad y él se dedica a comerse los cerebros de los ateos, y los agnósticos son sus siervos). Así que ella se fue allí a investigar y te vio allí rezando un rosario, total que empezó a sonar la típica música de fondo, y uno corriendo a los brazos del otro, un apasionado beso y todo arreglado.
Ahora, quince años después, ya no se precisa de sus servicios como agente secreta pues el Cyberpapa tiene un ojo que todo lo ve y entre pederastia y sadomasoquismo, mira quién puede estar intentando matarle.
Llegamos a donde empezamos, tú abrazado a ella después de tener sexo salvaje pero sin condones de puntitos porque los han ilegalizado y te preguntas qué habría sido de ti si no te hubieras ido, a lo que llegas a la conclusión de que todo hubiera sido peor porque como yo soy atea seguramente ya se habrían comido mi cerebro, lo cual curiosamente pasaba a las tres horas y treinta y cuatro más un minutos de que ambos nos hubiésemos preguntado lo mismo.

Comentarios