El beso perfecto

Vamos juntos por la calle, después de salir del instituto no se sabe muy bien porqué. Quiero cogerle la mano, hacer que se pare y besarle, pero no lo hago, no quiero que se sienta incómodo. Estamos en una calle de escalera muy empinada, como las de los pueblos que hay en las montañas. No hay gente, ni tampoco coches, lo habíamos dejado todo en el instituto y sus alrededores. Cada vez anda más lento, me cuesta seguir su ritmo, parece agotado. Voy dos pasos delante suya, y de repente me coge la mano. La tiene ardiendo, como siempre, y yo congelada. Me mira con cariño y me dedica una sonrisa, mientras seguimos yendo cuesta arriba lentamente, pero daba igual, no tenemos prisa. Llegamos a una iglesia con grandes escalones de piedra rodeándola, está en medio de una plaza. Decidimos sentarnos en uno de los escalones más altos y empezamos a hablar. Ninguno hemos abierto la boca desde que salimos, y sin embargo ahora es tan fácil conversar, las palabras fluyen a veces sin sentido, formando frases incoherentes y absurdas, pero cobrándolo en la cabeza del otro. No nos es difícil encontrar un tema común, cualquiera sirve, el simple hecho de estar allí en ese preciso instante era ya de por sí el mejor de todos ellos. Cada vez nos acercamos más, sin poder parar de hablar. Pasan horas y horas así, pero en cierto momento nos callamos los dos y se alza un silencio incómodo. Noto su mirada encima de mí, intentando encontrar una explicación a lo que acababa de pasar, pero no consigue encontrarla. No puedo soportar sus penetrantes ojos clavándose como cuchillos en mí, así que levanto la vista y le correspondo a su mirada. No nos hemos mirado durante todo el tiempo que hemos hablado, siempre oteando el horizonte, sin embargo le miro y está tan cambiado. Es un choque de emociones demasiado fuerte, pero tengo que controlarme, él se acerca cada vez más a mí, y no quiero apartarme, esta vez no. Me roza suavemente la espalda y me hace acercarme más. Con la otra mano me rodea el cuello de mientras que me mira intermitentemente los ojos y los labios. Apoyo una mano en su hombro y voy llevándola con cuidado hasta enredar los dedos en su pelo castaño oscuro casi negro. Siento su aliento y su respiración, rozamos nuestros labios... y despierto.

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