Cuento de Navidad

Acabo de leer la entrada de una amiga en su blog y me he acordado de una historia que escribí hace un par de años como trabajo para lengua. Nos hicieron leerla y recuerdo el miedo al rechazo que tuve en ese momento, pues todos escribían sobre cuentos fantásticos acerca de niños que encontraban a los Reyes Magos y yo no lo hice así.
Fuera como fuere, aquí está.


Seguía siendo veinticuatro de diciembre, y por mucho que él pensara en ello no conseguía que el tiempo pasara más rápido. Odiaba ese día, y odiaba esas fechas en general. Todos los años lo mismo...
Era mediodía y ya estaba deseando que llegaran de nuevo las clases, aunque no estudiaba mucho que digamos. Esa misma noche tendría que ir a cenar con su familia, sintiéndose completamente solo entre tanta muchedumbre, comida y villancicos. Siempre pensó que al año siguiente lo dejarían quedarse en su casa o salir a la calle, pero el día antes de la cena le volvían a obligar a hacer la maleta y a entrar en el coche, año tras año.
Y ahí estaba, una Navidad más, en la habitación que tenía sólo para él en casa de su abuela, tumbado sobre la cama y deseando no haber nacido solamente para no tener que pasar por aquello una y otra vez. Simplemente no le gustaba la Navidad, y no conseguía que nadie lo entendiese. Todos intentaban convencerle diciéndole que era una época para estar con la familia y pasarlo bien, a lo que él respondía que ya lo sabía, y en realidad era verdad, pero no comprendía como a alguien podía gustarle comer hasta que le saltaran los botones de la camisa y emborracharse hasta el desmayo. Y, sobre todo, con la familia. ¿Cómo estar con la familia podía hacer a alguien feliz?
Pasó el veinticuatro, el veinticinco y los demás días, y él seguía allí, poniendo cara de resignación a todo, pero en realidad sabía que no aguantaría mucho tiempo más en esa situación, porque aunque se terminara la Navidad, al año siguiente volvería irremediablemente. Así que, para no tener que aguantarlo más, según él, sólo había una solución.
La noche del cinco de enero, cuando todos se habían ido a dormir después de haber puesto los regalos en el salón él se levantó de la cama con mucho cuidado, intentando no hacer chirriar el colchón. Fue lentamente hacía el salón, temblando y preguntándose si había tomado la decisión correcta. En cualquier caso, ya no había vuelta a atrás.
Cuando entró en el salón se puso en el centro y sacó un cuchillo que había cogido de la cocina antes de acostarse y, mientras contemplaba todos los regalos que había encima del sofá, fue acercándose el cuchillo cada vez más a la garganta y cuando lo tenía pegado al cuello, entendió que había tomado la decisión correcta, sonrió y con un corte firme y limpio se rasgó la yugular. De repente, lo vio todo borroso y sintió como todo su cuerpo se ponía rígido. Se dio cuenta de que todo había cambiado para bien y así, cayó feliz al suelo.

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